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lunes, 30 de mayo de 2011

Cada error arbitral daña al fútbol

La ideología que domina entre las autoridades del deporte más popular promueve mejoras en la calidad del arbitraje, pero resistiendo sin sentido la introducción de los dispositivos técnicos que permitirían tomar decisiones más certeras.
Los errores arbitrales apasionan al hincha de fútbol. Apenas sonado el silbato final, se inicia el debate sobre si fue o no off-side la jugada del gol, si el penal cobrado realmente fue penal o si la pelota cruzó o no la línea de meta. En la actual era tecnológica, la discusión deriva inevitablemente en la necesidad de introducir nuevas técnicas de monitoreo electrónico en los arbitrajes.
Conscientes del problema, los dirigentes de FIFA decidieron sumar en algunas competencias (por ejemplo, la Champions League) dos árbitros de área a la terna arbitral tradicional. La ideología es clara: ¡sí a mayor calidad en los arbitrajes, pero no a la técnica!
Los burócratas de la FIFA parecen desconocer el llamado “imperativo tecnológico”: una vez que una técnica se ha desarrollado, su aplicación es inevitable; más tarde o más temprano será incorporada a la realidad a la que se aplica. Así ha pasado con la nueva tecnología médica, en sus inicios cuestionada y hoy ampliamente aceptada en el sistema de salud, y así pasará también con la nueva tecnología en el mundo del fútbol.
¿Cuál es el fundamento de esa actitud antitecnológica? En principio se distingue una posición romántica sobre la naturaleza del fútbol. Siendo una actividad lúdica humana, los errores de sus participantes también forman parte de ella.
Pero desde el punto de vista de la excelencia deportiva, cada error arbitral viola la esencia del juego. En el fútbol, como en los demás deportes, se aspira a que la victoria favorezca a quien ha desplegado mayor destreza técnica y táctica durante la competencia. Cuando un equipo vence por un penal que no debería haber sido cobrado, o pierde por haberse convalidado un gol en posición adelantada, cabe cuestionar si el vencedor realmente es quien ha desplegado mayor excelencia deportiva.
Además de juego, el fútbol es negocio. Para la racionalidad empresarial, es todavía más incomprensible la reticencia a incorporar elementos tecnológicos precisos para juzgar las distintas instancias del juego. Con tanto dinero en juego, ¿cómo justificar dejar el éxito de la inversión en manos de un grupo arbitral al que no se le permite disponer de instrumentos técnicos necesarios para tomar decisiones más certeras? Vista desde esta perspectiva, la negativa de FIFA a utilizar la tecnología en los arbitrajes es única en el mundo empresarial.
Se argumenta también que el recurso a la nueva técnica destruiría el flujo del juego. Para consultar la filmación, el árbitro debería interrumpir el partido.
El problema es que esas interrupciones ya se producen y son en la práctica más largas que el tiempo requerido para observar una cámara. ¿Acaso no consultan hoy los árbitros con sus jueces de línea cuando surge una situación complicada? Esas deliberaciones entre árbitros de carne y hueso toman mucho más tiempo que apretar un botón para reproducir la última jugada en un display electrónico. Es cierto que no siempre los árbitros consultan con sus jueces de línea. Pero lejos de ser un argumento contra la nueva técnica, esa situación ilustra en realidad la seriedad del problema. En la actualidad, la única forma en que los árbitros pueden tomar decisiones rápidas es no consultando con sus asistentes, teniendo así que decidir sin disponer de la totalidad de los datos pertinentes.
Además, en el hockey sobre hielo – un deporte mucho más dinámico que el fútbol – los árbitros son asistidos técnicamente sin que eso conlleve interrupciones desmedidas del juego.
Tanto el ideal de excelencia deportiva como la racionalidad empresarial apoyan entonces el uso de la tecnología en los arbitrajes de fútbol.
¿Cuáles serían los efectos prácticos de esta nueva reglamentación? En México 86, por ejemplo, la semifinal entre Argentina e Inglaterra hubiera tenido otro desenlace. La “mano de Dios” habría sido sancionada, su autor hubiera tal vez recibido una tarjeta amarilla. Sin la inspiración que probablemente le diera esa picardía exitosa, el jugador tal vez no se hubiera animado a ensayar la posterior gambeta múltiple que resultara en el mejor gol de la historia del fútbol. Así, ni el gol con la mano que neutralizara la retórica de guerra de los enfrentamientos entre Argentina e Inglaterra (a partir de ese gol ya no se habla de Malvinas cuando las selecciones de esos dos países se enfrentan), ni la mayor obra de arte del fútbol se hubieran producido, gracias al uso de la nueva técnica.
Visto ahora desde esta perspectiva, usted lector ... ¿qué piensa?

Ilustración: Horacio Cardo.

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