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domingo, 5 de junio de 2011

El señor juez y la mamá del otro

“Cuatro características corresponden al juez: escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.” Sócrates (470 a.C.-399 a.C.), citado por Platón, su discípulo.
Los árbitros de fútbol son gente algo extraña, individualista, con códigos secretos que no comparten con nadie. Están acostumbrados a nadar contra la corriente y a sufrir el furioso hostigamiento del parcial que siempre le objetará todo, haga lo que haga. No se les permite la duda. Viven al límite y practican una justicia exprés, inmediata, inapelable. De sus errores se encarga la Cámara de los Invictos, un ejército de relatores y comentaristas que los juzgan sin piedad, con Dios, el tiempo y las cámaras de su lado, y la perfección como parámetro. Glup.
Aunque llevan las de perder, ellos ponen el cuerpo, algo que, curiosamente, “no existe” para su reglamento. Un artículo lo aclara con claridad: si por casualidad la pelota llegara a pegar en ellos, será como tocar… un poste. Nada. Para calmar semejante vacío ontológico, los pobres referís han adoptado un lenguaje propio. “El domingo juego”, dicen con infinito candor cada vez que un partido los convoca. Y allá van. A “jugar” con su silbato y las tarjetas de colores como únicos instrumentos de expresión. Conmueven.
Su objetivo es más bien modesto: pasar desapercibidos. El buen árbitro es aquel que no se hace notar, dicen los libros. Eso pasaba años atrás, cuando eran gordos, peinaban canas, no hablaban y se vestían de negro. Tiempos de insultos naïf; más bien tiernos si los comparamos con los actuales. Referí bombero, boludo, tenés un corpiño en los ojos, sorete de luto, esas cosas.
Pablo Lunati es un paradigma del árbitro moderno y está lejos de pasar inadvertido. Es, digamos, una estrella de su época. Difícil será que una foto lo sorprenda en una expresión neutra, reflexiva. Durante los partidos, su gestualidad es incontrolable. Lo vemos correr, frenarse, girar, reírse, guiñar un ojo, levantar las cejas, mover los brazos y agitar la cabeza de lado a lado mientras habla. Mucho, habla.
Si Castrilli era Buster Keaton, Lunati es Sordi. Pura italianidad desbordada. En el ambiente del fútbol se habla en voz baja sobre él. Bien y muy mal. Es lo que hoy llaman “un personaje”. Quizá por eso, cada vez que los torneos llegan a su etapa definitoria y los rumores se disparan, su nombre aparece y desaparece en los medios. Ya es un clásico. Una superstición futbolera, diría Borges. El fenómeno se repite, circular como un cambio de estación, y muere lánguidamente, como el otoño. Todo pasa.
A Lunati le gusta dar notas. Gracias a ellas, sabemos que vive en una casa con pileta, quincho y gimnasio en Tres de Febrero, que juega muy bien de zaguero y que, pese a que tiene una especie de museo personal repleto de camisetas célebres, dice no ser amigo de los futbolistas. Es, se nota, un “busca” exitoso. Administra mueblerías, heladerías, remiserías, locutorios, verdulerías, bares, lavaderos de autos, y eso lo ha enriquecido. Es gracias a esa habilidad para los negocios y no a su sueldo de referí que hoy maneja un BMW que es la envidia de muchos. Semejante nave forma parte de su way-of-life. No cualquiera. Hace unos días, Sergio Schoklender, otro entrepreneur exitoso, dijo que él podría haberse comprado un auto de ésos pero que no lo hizo porque “no es mi estilo”. Otra onda.
“La verdad, los árbitros cobramos muy poco. Yo dirijo partidos de 50 millones y me llevo apenas cuatro o cinco lucas. ¿A vos te parece?”, se ha quejado alguna vez el hombre del be-eme. Hace un año y medio el árbitro mendocino Pablo Castellino pidió que la AFA investigara su patrimonio y Lunati lo trató de “pajarito”. Hoy el pajarito de turno se llama Javier Ruiz y “se comerá un juicio” por llamarlo corrupto. Lunati se mostró indignado: “Es que Ruiz habló de lo que yo tengo o dejo de tener, y eso, con la inseguridad que hay, es muy peligroso”.
Días atrás, mientras era reporteado para un programa de radio, un peatón lo reconoció y le recordó con algo de malicia su actuación en el partido donde Gio Moreno terminó seriamente lesionado. Lunati se excusó y, sin apagar su celular, dedicó a su acusador anónimo algunas breves palabras. Fue el concierto de un virtuoso.
“¡Andá a la connnncha de tu madre…!” comenzó, allegro molto vivace. Minucioso, repitió la frase cuatro veces para después atacar con un vibrante “¡Pedazzzzo de puto!”, seguido de un silencio y el acento, lentísimo, en “puuuto”.  Fin de la obra. “Nah, no pasó nada –explicó después, canchero–, era uno de acá enfrente que me puteó por lo de la primera fecha. Y bueh, que va’cer, el fútbol es así.”
En fin. El fútbol nativo, compatriotas, parece ser así, nomás. Manejado con sabiduría desde arriba, sostenido gracias al delicadísimo equilibrio de sus expertos en administrar justicia y domar las crisis. Tipos piolas que saben moverse. Astutos, hábiles, mesurados, sutiles. Ideales para encauzar la violencia brutal que estalla en las tribunas. Allí donde se agita la chusma, la gilada que no entiende nada, esos salvajes, los inadaptados de siempre.

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